April 9, 2015
Estamos en este mundo pero no somos de este mundo. Esta es la tensión inherente de nuestra fe cristiana. ¿Cómo sostenemos con éxito esta tensión en nuestras vidas?
El autor de la primera carta de San Juan nos dice: “…Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo.” Esto sugiere que el mundo está mal y que deberíamos retirarnos de este mundo tanto como es posible para nosotros. En la iglesia cristiana había la creencia fuertemente sostenida que cristianos deberían ver este mundo en cual vivimos como un impedimento a una relación real, fuerte y afectiva con Dios. Sólo si vivimos una vida verdaderamente espiritual, con tan poco contacto con el mundo tan posible, podríamos experimentar una victoria verdadera sobre este mundo – una victoria que sería nuestra en la muerte cuando Cristo nos reconoce como su propio y nos resucite a compartir su gloria.
El problema con esta enseñanza es que ignora el hecho que Jesús fue totalmente involucrado en este mundo. Jesús mantuvo un equilibrio sano entre una vida de oración y una vida en la cual trabajó para transformar este mundo a través de sus palabras y acciones. Tenemos que hacer ahora lo que Jesús hizo. Tenemos que transformar este mundo a través de nuestro compromiso con sus valores – la misericordia, el perdón, la compasión, y una preocupación por los pobres, los débiles, y los vulnerables. Estos no son los valores de este mundo. Como resultado, podemos esperar oposición a nuestro testigo y nuestro trabajo como Jesús experimentó oposición a su testigo y su trabajo. Esto es la razón que tenemos que mantener también un hábito regular de oración, como Jesús hizo, para que Dios pueda guiar nuestros esfuerzos y corregir nuestras faltas. Si estamos fieles tanto a nuestra oración como a nuestros esfuerzos activos de transformar este mundo entonces a través de nuestra fe venceremos este mundo. Nuestro testigo transformará nuestro mundo para el bien y compartiremos en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
En esta temporada de Pascua, tenemos que orar por la gracia de sostener un equilibrio saludable entre nuestra participación activa en este mundo y nuestra necesidad de una relación con Dios que es activa y viva.