May 29, 2015
¡Nunca pasará,
nunc pasará…Tu amor por mí…Tu amor por mí!
“No han recibido ustedes un espíritu de esclavos…sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios.” Lo que San Pablo proclama es una gran maravilla y una gran bendición – si lo aceptamos y si lo abrazamos.
En nuestro bautismo, cada uno de nosotros recibió el don del Espíritu Santo. Aquellos que reciben el sacramento de confirmación son invitados a una relación más profunda con el Espíritu para fortalecer su fidelidad a Dios y al camino de Dios. Es a través del Espíritu de Dios que recibimos en bautismo que entramos en una relación con Jesucristo a través de quien se hacemos los hijos y las hijas adoptivos de Dios, nuestro Padre. ¡Cuán maravilloso que Dios quiere que cada uno de nosotros sea el hijo o la hija de Dios! Dios es el padre ideal cuyo amor es sin condiciones, cuyo amor es siempre fiel, y cuyo amor es sin límites. Cuando apreciamos verdaderamente que Dios tiene un amor que es personal e individual para cada uno de nosotros, el mismo amor que un padre ideal tiene por su hijo o hija, entonces con confianza, con alegría, y con necesidad, gritamos, “¡Papa, Padre!” Gritamos, “¡Mama, Madre!” Dios es el padre ideal en quien podemos tener confianza absoluta en su amor por nosotros y en fidelidad a nosotros. ¿Queremos un padre? ¿Queremos una madre? Como cristianos adultos, tal vez resistimos la idea que somos en relación con Dios como un niño es en relación con un padre ideal. Cuando aceptamos esta relación, aceptamos que la sabiduría de Dios es mayor que el nuestro y por lo tanto tenemos que formar nuestras vidas según esta sabiduría para alcanzar la madurez espiritual que nuestro padre quiere para nosotros. Cuando aceptamos esta relación, admitimos que tenemos la necesidad del amor, del consuelo, y de la aceptación que sólo un padre amoroso puede ofrecernos. Cuando aceptamos esta relación, admitimos que siempre seremos un niño en los ojos de Dios. Esto no nos degrada sino más bien nos ennoblece porque somos niños de un Dios que puede guiarnos en la vida eterna – guiarnos en una participación en la vida divina.
Oremos hoy que aceptemos y nos deleitamos en la verdad que somos hijos de Dios – hijos e hijas de un padre ideal cuyo amor por nosotros nunca puede fallar.