May 6, 2018
“Dios es amor”
(1 Juan 4:5)
La semana pasada se nos repetía una y otra vez que debemos “permanecer” unidos a Jesús si queremos producir frutos abundantes. Esta semana la palabra que se nos repite es “amor”. Tanto en la Primera Carta de Juan como en su Evangelio el Apóstol insiste en que debemos amarnos unos a otros. Este es el mandamiento de Jesús a sus discípulos desde los que se congregaron en la Última Cena hasta todos los que nos congregamos en torno a la mesa del Señor el día de hoy. Amarnos unos a otros como Dios nos ha amado es el mandado que todos estamos llamados a cumplir.
Las lecturas del día de hoy tienen al prójimo como el centro de atención. En efecto, Pedro predica a los Gentiles, los creyentes no judíos, y para su sorpresa el Espíritu desciende también sobre ellos. Juan escribe que no hay amor más grande que el que Dios nos tiene. En el Evangelio, Jesús pide a sus discípulos que se amen unos a otros como Él mismo nos ha amado, con un amor de sacrificio. Por lo tanto el desafío es amar al prójimo.
En nuestra sociedad se tiende a creer que el amor es un mero sentimiento o la manera como amamos a nuestro esposo, padres, hijos o amigos cercanos. Aunque estas sean unas expresiones de amor, no se refieren explícitamente al deseo de Jesús que amemos al prójimo como Él nos ha amado. El amor cristiano es una condición permanente o parte de nuestro carácter. Si es parte de nuestra misma esencia por lo tanto no puede menos que fluir de nosotros cuando interactuamos con nuestro prójimo. Recordemos que Jesús comenzó la Última Cena lavando los pies de los discípulos y nos dijo que hiciéramos nosotros lo mismo. Esta es la manera de cómo debemos amarnos unos a otros.
Jesús dice a sus discípulos que “No hay amor más grande como aquel que da la vida por sus amigos”. Afortunadamente a la mayoría de nosotros no se nos pedirá literalmente cumplir con esta condición del amor. No son menos meritorias las crónicas de San Maximiliano María Kolbe, OFM que diera su vida al igual que Jesús para que un desconocido del mismo campo de concentración donde estaban confinados pudiera vivir. Sin embargo, el desafío de hoy es sacrificar una parte de nosotros mismos, de nuestro dinero o de nuestro tiempo para que nuestros prójimos tengan vida. Pensemos en la Iglesia primitiva donde Pedro que salió de su zona de confort para llegarse a la casa de Cornelio y ello llevó a que experimente la plenitud del Espíritu que se comunica a todos.
P. Hernán, S.J.