February 11, 2018
“Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”
(1 Corintios 11:1)
Hace poco más de un mes estuvimos celebrando la Navidad. De hecho, el pasado 2 de febrero celebramos la “Fiesta de la Presentación del Señor” con nuestra Iglesia llena de fieles y la alegría de sentir que Jesús es la luz de nuestras vidas. Esta semana en cambio comenzaremos la temporada de cuaresma con la celebración del Miércoles de Ceniza. La frase que da título a esta reflexión nos la trae San Pablo en su 1ra Carta a los Corintios. Para el Apóstol es importante que el creyente se identifique con Cristo y que todo lo que hagamos sea para la Gloria de Dios. San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas, hizo suya esta enseñanza a partir de su conversión y nos legó el famoso AMDG “Ad Maiorem Dei Gloriam” o sea “A la Mayor Gloria de Dios”. Para Ignacio todo Jesuita tiene que buscar la excelencia en cada cosa que hace y a la vez que da gloria a Dios hace que toda tarea humana sea perfeccionada. Frente a lo que el Papa Francisco llama “la cultura del descarte” se impone el desafío de ser otros Cristos al servicio de los pobres y menesterosos de nuestro tiempo y así ser constructores del Reino de Dios que se construye desde nuestra fragilidad.
Tanto la primera lectura como el Evangelio nos hablan de la lepra y de los afectados por esta terrible enfermedad. En el Libro del Levítico el leproso debe habitar fuera de la comunidad. Recordemos que esto no era otra forma de proteger a toda la comunidad de un eventual contagio. Sin embargo, en el Evangelio de Marcos, un leproso pide a Jesús que le cure y Jesús lo hace rompiendo la distancia que los separaba. Al igual que en la mayoría de las curaciones, Jesús se acerca al enfermo, lo toca y lo sana. Por eso, cuando en nuestra cultura algunos se sienten llamados a excluir o excluirse del mundo de los pobres y menesterosos por miedo a contagiarse de su pobreza tendríamos que preguntarnos si somos imitadores de Cristo.
P. Hernan, S.J.
“Hoy, a nosotros, el Evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a convertirnos, unidos a Él, en instrumentos de su amor misericordioso, superando todo tipo de marginación. Para ser imitadores de Cristo frente a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo a los ojos y de acercarnos con ternura y compasión, y de tocarlo y de abrazarlo... Yo les pregunto: ustedes, cuando ayudan a los demás, ¿los miran a los ojos? ¿Los acogen sin miedo de tocarlos? ¿Los acogen con ternura?
Piensen en esto: ¿cómo ayudan, a la distancia o con ternura, con cercanía? Si el mal es contagioso, también lo es el bien. Por lo tanto, es necesario que abunde en nosotros, cada vez más, el bien. Dejémonos contagiar por el bien y ¡contagiemos el bien!” (Papa Francisco, Febrero 15, 2015)
Padre Hernán, S.J.