October 7, 2018
“Los dos serán una sola carne”
(Genesis 2:24)
El salmo del día de hoy nos recuerda que “si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros.” Las lecturas nos invitan al respeto de la vida porque toda vida es un regalo de Dios. De allí que si toda vida es preciosa a los ojos de Dios, todos debemos amar a la vida que se manifiesta en nuestra propia vida y en la vida de los demás, ya sea nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres o los miembros de la Iglesia. El Padre Pedro Arrupe, S.J. antiguo Padre General de los Jesuitas recomendaba que “permanecieramos enamorados” porque de eso dependería nuestras acciones diarias. Mientras escuchamos la Palabra de Dios reflexionemos sobre nuestra manera de permanecer enamorados.
Doblemente se hace referencia al amor conyugal: “los dos serán una sola carne.” Es interesante notar que esta cita del Libro del Génesis nos detalla que el hombre es co-creador ya que no solo nombra a cada uno de los animales sino que hasta provee de su costilla para que Dios le de su compañera. Los dos son una misma carne y por lo tanto los dos tienen los mismos derechos y las mismas oportunidades que nacen del amor que es siempre capaz de donarse. Cuando falta el amor o dejamos de estar enamorados es cuando nos llenamos de traiciones o la vida se vuelve una rutina que deja de alegrar nuestras vidas y las vidas de quienes deberíamos amar.
Los relatos de la creación del Libro del Génesis nos sirven para comunicarnos que la humanidad tiene una íntima relación con Dios desde los orígenes mismos de la creación puesto que hemos sido creados a su imagen y semejanza. La complementariedad del hombre y la mujer es un reflejo de la unión de los seres humanos con Dios su creador. Desde el principio estamos llamados a vivir en comunidad y a no estar aislados. Estamos llamados a ser iguales y a no sentirnos superiores. De allí que es el amor de Dios Creador es el que tiene que regir todas nuestras relaciones interpersonales y hacernos permanecer en su amor. Que distinto sería nuestro mundo si permaneciéramos enamorados.
“Aceptar el Reino de Dios como un niño” (Marcos 10:15) lejos de pedirnos permanecer inmaduros en nuestra fe, ignorantes en el conocimiento o ciegos en nuestra obediencia nos invita a volver a esa conexión profunda que nace del sentirnos hijos e hijas de un Dios que nos ama y nos ha creado para el amor. Que así como los niños son dependientes de sus padres y confían plenamente en su amor, que nuestra relación con Dios y nuestros hermanos y hermanas nos lleve a vivir el amor de Dios en nuestras vidas.
Padre Hernán, S.J.