February 25, 2018
“Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Marcos 9: 7) La escena conocida como la Transfiguración de Jesús a sus discípulos que escuchamos en el Evangelio de hoy nos dice que estos últimos escucharon una voz que les decía “Este es mi Hijo amado, escuchadlo.” La Cuaresma que hemos comenzado hace poco quiere ser este tiempo privilegiado que tenemos para escuchar a Jesús. De hecho la semana pasada le escuchamos a Jesús decirnos “conviértete y cree en el Evangelio” y la semana próxima nos dirá “No hagan de la casa de mi Padre un mercado”. Por lo tanto es gran desafío de la cuaresma es reflexionar en aquello que nos ha separado de Dios y pedir perdón. La primera lectura nos muestra a Abraham, nuestro padre en la fe y su total entrega a los mandatos de Dios. Siempre tenemos que ver la lectura en su contexto para no sacar las conclusiones equivocadas. Dios a veces puede pedirnos lo que más añoramos. Nosotros por nuestra parte estamos dispuestos a dar casi todo menos lo que consideramos lo más valioso de nuestras vidas. Abraham está dispuesto a sacrificar a Isaac, el hijo de la alianza para ser fiel a Dios. Dios por su parte que mira los corazones y no permite la muerte del inocente interviene más allá de toda esperanza. Por eso lejos de lamentarnos por nuestras pérdidas en el pasado, aprendamos a confiar en el Dios de Abraham e Isaac más allá de toda esperanza. La Carta a los Romanos es como un espejo en el que se refleja y se agranda el sacrificio de Abraham. En efecto, San Pablo nos dice que Dios “no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros”. En toda esta carta, San Pablo habla de lo que se conoce como la doctrina de la justificación. Jesús fue fiel a la voluntad de su Padre Dios y confío más allá del dolor y de la muerte. Los creyentes hemos sido salvados por el sacrificio del Hijo Único de Dios y esta es nuestra de salvación. En el Evangelio Jesús es transfigurado y aparece en el esplendor de su gloria rodeado de Moisés y Elías frente a tres de sus discípulos. Lo curioso es que Pedro, Santiago y Juan más allá de estar impresionados están aterrorizados y hasta confundidos ya que Jesús les dice que Él resucitará de entre los muertos. Al igual que Abraham no están preparados para lo que ven y lo que escuchan. Es más, Pedro es incapaz de comprender que Jesús tenga que sufrir, morir y luego resucitar. Más allá de que nuestra fe sea fuerte o ligera, Dios siempre tiene un lugar para todos. Abraham es un modelo de una fe profunda mientras que Pedro en es presentado en los Evangelios como aquel que está en los inicios del camino de la fe: en el Tabor se cuestiona, en Getsemaní se duerme y en Jerusalén llega a negar a su Maestro. Sin embargo, Jesús lo escogió para liderar su Iglesia al igual que escogió a Abraham para ser el padre de su pueblo elegido. Ahora que nos aprestamos a celebrar los cinco años de la elección del Papa Francisco, sucesor de Pedro, pidamos que no desfallezca en su fe y nos siga liderando en la esperanza en el día a día de nuestras vidas.
Padre Hernán, S.J.